El spam, o publicidad no
deseada, afecta a cualquier tipo de comunicación: llamadas telefónicas, SMS,
correos electrónicos, etc. A nivel global, un mensaje de spam resulta
insignificante, pero millones de ellos cada día contribuyen a alimentar el
ciclo de riesgos y amenazas:
- Comunicaciones sobrecargadas. El spam satura los canales de comunicación, generando tráfico que debe ser gestionado por el proveedor de telecomunicaciones o por el propio usuario. Este fenómeno también sobrecarga las infraestructuras de red que lo reciben y procesan (servidores, routers, firewalls, etc.).
- Pérdida de tiempo, invasión de la privacidad y descontento. Pese a los avances tecnológicos en los filtros antispam actuales, que han aliviado este fenómeno en gran medida, aún son muchos los mensajes no deseados que terminan llegando al usuario.
- Criminalización del spam. Con el tiempo, el factor publicitario oportunista original del spam ha ido evolucionando cada vez más hacia la criminalización profesionalizada, en forma de publicidad fraudulenta y engañosa
El riesgo ya no es solo que el usuario acceda a un determinado servicio atraído por un mensaje publicitario desleal, los servicios de spam son altamente demandados por los ciberdelincuentes, que los utilizan para distribuir malware, a menudo colocando enlaces a sitios infectados en un correo diseñado para atraer a los usuarios no concienciados.
El spam, además de resultar molesto, también puede llegar a vulnerar nuestra seguridad y privacidad. Para evitarlo, la Agencia Española de Protección de Datos nos propone una serie de pautas con las que minimizar la amenaza que supone esta publicidad no deseada
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